De serie

The Big C engancha de la manera más tonta, como su cabecera, y la canción en ella:
parece insulsa al principio, estridente a ratos, porque es fácil que pille a contrapié,
pero acaba convenciendo de que tiene el tono adecuado, por dentro y por fuera.

+ The Big C Opening



Después de cuatro reproducciones y entendiendo que la protagonista se aísla totalmente del mundo y de su familia para sumergirse en la irresponsabilidad absoluta, cercana a su infancia de piscina, el tema de Leftover Cuties suma encanto.

+ Leftover Cuties, Game Called Life



Por algo se llamarán "las monadas que sobran": son esos sosos que se ganan la atención con paciencia. Si se atiende a la letra, el argumento de The Big C añade una oscuridad abisal al tema, invirtiendo los colores de la cabecera y ahondando en lo que de superficial tiene el elegante vídeo-clip. A ver, qué lío. Premisa + Cabecera + Canción = Combinado Perfecto.

Es tendencia en las series americanas, que cada día se parecen más entre sí, aunque solo sea por el pluriempleo de los actores, es tendencia, decía, digo, la tragedia a la luz del día, la comedia negra envuelta en tonos claros, el sarcasmo y la incorrección política contra la catástrofe cotidiana, el feísmo turbio y muy tapado gracias a los jardineros de lo que los yankees llaman suburbios y aquí son urbanizaciones.

O sea. Primero, Desperate Housewives: una muerte en el vecindario destapa odios porque "puede haber sido cualquiera". Luego, Weeds que ya conocemos por su música y cabecera: una viuda se ve obligada a traficar con marihuana para mantener a su familia. Ahora, The Big C: una tía con cáncer terminal se pone a vivir como quiere, puede y no sabe. Y antes, Breaking Bad, la premezcla masculina de las anteriores: un tío enfermo elige cocinar metanfetamina como nuevo hobby.

La falta de originalidad es un efecto óptico: los paralelismos pueden dar lugar a gloriosas piezas audiovisuales como un duelo de egos y banjos.

The Big C vs Weeds



Dan ganas de buscarse una desgracia. (Éxito asegurado).