21/9/12

#melofoba

J.: "No es Coachella, pero lo mismo quieres ir reservando finde".

G.: "Qué bien que hayan confirmado tan pronto. Yo no me lo pierdo después del impacto que supuso la primera vez".

Ni quiero ni puedo hacer planes con tanta antelación, pero podría hacer una excepción. Nunca he renegado de la música, así, como excusa.

J.: "Y por darte razones para que vuelva Melófoba: dos cosas que casi nada tiene que ver, más allá de un optimismo pasado y futuro, que es de lo que se trata el optimismo del presente también".

+ Kool and The Gang, Celebration

 

 + Of Monsters and Men, Little Talks

 

No estoy segura de que el optimismo pasado ayude al presente, pero esos temazos son pura actualidad. Me ha gustado mucho Celebration, pero soy fan de Little Talks. ¿Dónde la he escuchado antes?

Ya ves: estoy por renovar Melófoba, más por estos momentos que aún me brindáis que por gana real.

24/8/12

Vivan los 80

Cierto amiguísimo de cuyo nombre no quiero acordarme, me deleitó hace poco con una completísima selección musical ochentera con la intención de transmitir un poco más de sí. Debo reservarme sus exquisitos comentarios autobiográficos y ácidas anotaciones históricas, pero no me resisto a compartir la lista de reproducción a pelo, porque no la componen sus favoritos, sino lo significativo y demostrativo de la década, sin ser muy estricto; aquello que bailó y configuró sus recuerdos, la banda sonora de una generación.

 I. Éxitos internacionales.






II. Producto nacional.









Si habéis disfrutado la mitad que yo, habréis puesto los ojos en blanco. Más allá del placer de terminar con dos canciones de Alaska, el cariño, desprovisto de todo tipo de muletilla, ¿se nota o no se nota?

21/5/12

Melómana

Hace un año, si mi público me permite la licencia, di por culminado este blog. Aludí que mis mentores habían conseguido nuestro objetivo: que servidora superara sus barreras físicas y psicológicas y disfrutara a su manera de la música. Cualquier música.

En realidad, mentí. Digamos que adorné la realidad. Del desinterés inicial, la música pasó a ser una obligación. Estaba cansada. Ahora, en mitad de 2012, olvidados los minutos musicales, arrinconadas las réplicas indoctas y lejanos todos, B., G., M., A., J. y Ma., me dio un ataque de nostalgia, me liberé de cualquier complejo y me metí en la piel del melómano máximo: el festivalero yankee, disfrazado de indio, haciendo el indio, en Indio, California.

Para cuando J., siempre más nostálgico y perseverante que yo, me recomendó a los Black Keys, mi respuesta fue: “Hitazo. Voy a verlos en Coachella”. Me hubiera gustado ver su cara al otro lado de la pantalla.

+ The Black Keys, Lonely Boy



Me había dejado convencer de las propiedades mágicas del festival, había comprado entradas y obtenido la pulsera más cara que he llevado jamás. Me colgué una pluma en el lóbulo derecho, siguiendo indicaciones de Ma. y B., y me planté bajo el durísimo sol del desierto. Estas cosas que si me obligan, no hago.

El temón, que lo es, fue el clímax del primer día. Pero tengo un pero. Me hizo echar de menos al bailarín del vídeo y no me quité de la cabeza la idea de que The Black Keys es otra one-hit-only band, de esas que adoro al volante y se empeñan en quemar en 98.7FM.

Claro que The Black Keys están a otro nivel, el cantante es mono y tienen más pasado y futuro que Gotye, ese pobre afortunado que dieron a conocer cinco virtuosos y su (única) guitarra y pronto será somebody that I used to know.

+ Gotye, Somebody That I Used to Know



Antes, habíamos visto a los Artic Monkeys con las expectativas hinchadas por su prestigio y me dejaron fría, cosa complicada a 110ºF y con los perros calzados para no quemarse las pezuñas en el asfalto; a Madness, que descubrí con gusto treinta años después de su éxito It Must Be Love; y a Pulp, con un líder concienzudamente provocador, una puesta en escena extrañamente hipnótica y una interpretación divertidísima de su conocido (hasta por mí) Common People.

El día acabó con electrónica de Swedish House Mafia, que no os enlazo para proteger vuestro cerebro, que os hace falta el resto de la jornada, que sé que estáis leyendo esto en la oficina. Aquello no había hecho más que empezar.

Todavía quedaba... tela.


Y yo más agotada que las 160.000 entradas (80-85.000 personas cada uno de los dos fines de semana).

Sábado. Noel Gallagher's High Flying Birds, debiéndose a Oasis plausiblemente y cerrando con Don't Look Back in Anger. Sebastian Ingrosso, del que no recuerdo absolutamente nada. Más electrónica de Kasabian, de quienes solo recuerdo las porras láser que repartían. Radiohead. Eh, vale. ¡Radiohead! Y tal. David Guetta: el major ejercicio que he hecho nunca y el concierto que hizo de este segundo día, el mejor.

Se puso el sol sobre el perfecto césped del campo de polo y respiramos.


Domingo. Así de memoria… poco. El factor electrónico, por lo visto esencial, lo puso Calvin Harris. Recuerdo el petardeo fatuo de Florence + The Machine y su hades y por supuesto, el remate, la guinda del pastel, o el cogollo de la planta: el alucinante espectáculo de los moddafuckaa Dr. Dre & Snoop Dogg, que estaban preocupados por las provisiones fumables del respetable y revivieron a Tupac en un holograma.



Que, de todo, elija a David Guetta es la demostración empírica de mi mal gusto y de que sigo siendo una rematada melófoba, quiero pensar, pero “fue una experiencia”. Mi capacidad para disfrutar de todo bate sus propios récords a diario y, aunque el clásico “al menos una vez en la vida” se quedará definitivamente en “una vez en la vida”, si no cojo entradas para 2013, ¡ya a la venta!, es más por mi agenda incierta que por mi incierta melofobia.

Al fin y al cabo, durante las 72 horas que pasé en el epicentro de la melomanía, nadie pareció acusar mi melofobia.